Una realidad que enfrentan muchas personas: Ser y tener, ¿o hacer?

El ser se construye en el hacer, pero ¿cómo entender estas cuestiones y desde dónde se puede analizar? el Dr. Manuel Berron, brinda una visión al respecto. 

Valeria Elías

RTS Medios

Ser, tener, hacer, no sólo son verbos en infinitivo, son adjetivos calificativos inherentes en la persona. Es decir, que definen quién es quién y cómo es, el ser es la constitución íntima de la persona, el tener es una forma de relatividad que se configura hoy por hoy por la sociedad de consumo, en tanto el hacer, también es propio del ser, porque uno hace a partir de la propia convicción o conformación de la personalidad.

 

Para repensar estas cuestiones, analizar y comprender la realidad que circunda, el Dr. Manuel Berron de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNL, integrante del Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales del Litoral (IHUCSO Litoral), de doble dependencia CONICET-UNL, dentro de las preguntas planteadas surgieron las siguientes cuestiones de análisis:    

 

El consumo

Vivimos en una sociedad de consumo, es innegable. Y parece que si no consumimos no alcanzamos la felicidad: si no consumimos, estamos marginados, frustrados. Angustia, desasosiego, tristeza, soledad y tantas otras cosas más… Y si somos adolescentes, peor todavía. Los modelos de vida a seguir son los de quienes pueden tener ciertas zapatillas o ropa deportiva, viajar y consumir lugares, comer japonés o italiano, una casa grande, un auto estrafalario, un cuerpo hegemónico, una forma de hablar. Existe una gran presión cultural generada por esta sociedad de consumo que en su afán de aumentar las ventas, vincula la felicidad con consumir. Pero son dos cosas distintas: por un lado marcha la sociedad de consumo y sus mecanismos para aumentar las ventas y por otro lado marcha nuestro camino individual y colectivo orientado hacia la felicidad. Si confundimos el consumir con aquello que nos realiza humanamente, andaremos por mal camino. Esto es particularmente importante si nos encontramos en contextos de educación porque somos los profesores, o simplemente los adultos, quienes tenemos que andar señalando la diferencia y topándonos con las dificultades de comprensión que tanto se fomentan en los nuevos canales de comunicación.

 

Riqueza y deseo

El deseo de poseer bienes o riquezas es natural, sin dudas. El ser humano necesita de bienes para su supervivencia: pero este mismo planteo revela que hay un límite que viene dado porque hay un número finito de bienes que garantizan la supervivencia. El deseo es ciego, no puede conocer un límite. Siempre renace, lo satisfacemos y sin embargo al poco tiempo vuelve a insistir. Pero no podemos organizar nuestra vida tomando como base el deseo porque si bien es una parte importante y clave de la vida, no puede planificarla ni ordenarla y, sobre todo, el deseo liberado a sí mismo puede conducirnos mal.

El tema del deseo de consumir y tener riquezas ha sido tratado ya en la antigüedad clásica. Entre los griegos, es célebre el relato del codicioso rey Midas. Tanto era su deseo de riquezas que pidió que todo lo que él tocara se convirtiera en oro. Cumplido ese deseo, convirtió a sus seres queridos en estatuas de oro cuando los tocó. Lo mismo pasó con el agua y la comida y así, terminó muriendo de hambre y en completa soledad.

 

Aristóteles y los hábitos

El relato mítico es utilizado por Aristóteles cuando estudia la naturaleza de la economía. A él le interesa distinguir una economía “buena” de una excesiva. La buena es la que sirve para cubrir las necesidades vitales y, por ello mismo, es limitada. Esta es la riqueza verdadera: la que consiste en una cierta cantidad, la suficiente para que el afán de riquezas no sea un obstáculo en nuestra verdadera búsqueda. Pero existe otra riqueza, la que resulta de la ambición, de la avaricia, esta búsqueda de riqueza es ilimitada y revela un vicio que está arraigado en nuestra alma: Midas lo representa. Quienes sólo se ocupan de aumentar sus riquezas revelan un alma enferma. No hay más profundidad en el análisis: es bastante fácil de entender que no necesitamos ninguna riqueza infinita ni mucho menos bienes infinitos para vivir. Aristóteles dirige el asunto rápidamente a otro plano: hay bienes que no sirven para sobrevivir pero son indispensables para vivir bien. Son los bienes que están en el alma: los buenos hábitos. En su filosofía tienen un nombre específico: las virtudes. Pero utilicemos aquí un lenguaje más familiar: buenos hábitos. Hábitos que nos sirven para vincularnos con los demás, para ser mejores como seres humanos, para estar más comprometidos con nuestros amigos, nuestra familia, con la ciudad en la que vivimos. Además de estos buenos hábitos, que obviamente todos debemos perseguir por sí mismos, no porque nos convengan para algo, existen otros buenos hábitos vinculados con el conocimiento. ¿Cómo es esto?

 

Hacer

No me interesa aquí profundizar en aspectos específicos de la teoría de la felicidad aristotélica, pero me resulta interesante traer a colación el hecho de que la felicidad es según su perspectiva un cierto tipo de actividad. Aristóteles dice que una persona que duerme no puede ser feliz y por eso tampoco una persona que no hace nada puede serlo. Así, la idea del ser feliz está relacionada con el hacer, y el hacer se divide en hacer bien y hacer mal. Obviamente el hacer mal no puede conducir a la felicidad y por eso nos quedamos con el hacer bien, que se conecta con los buenos hábitos que mencionaba antes. El eje de la felicidad se relaciona entonces con hacer bien las cosas: actuar bien. Hay cosas comunes a todos como las mencionadas anteriormente, las relaciones en la familia, con los amigos o en la ciudad. Luego están las que competen a uno: no podemos elegir todo, así que debemos seleccionar aquello que nos resulta más simple y más atractivo, más fácil y en lo que de alguna manera nos sentimos cómodos. En ese campo podemos encontrar nuestro lugar. Esto no lo dice Aristóteles, estoy haciendo una extrapolación, pero creo que estaría de acuerdo: nuestra felicidad está dada por los buenos hábitos que supimos cultivar a lo largo de nuestra vida. ¿Dónde entra el conocimiento aquí?

 

Actuar y conocer

Además de relacionarnos con las personas, también tenemos la capacidad de conocer, de tocar un instrumento (o de escucharlo), de leer, de estudiar, de cultivar un pasatiempo, todas estas actividades están relacionadas con nuestras capacidades intelectuales y tienen la particularidad de poder ser realizadas durante mucho tiempo. Como decíamos antes, no todos tienen que hacer todo, cada uno debe encontrar aquello en que se siente más cómodo. Hay una cierta obligación por escoger un camino, pero así es la vida misma, un abanico de opciones, más o menos amplio, pero opciones entre las cuales hay que decidir. Reafirmando la idea: aprendemos haciendo, nuestros buenos hábitos se muestran también a través de su ejercicio y así, en el hacer o actuar, podremos encontrar la verdadera felicidad. Además, hay una yapa: el placer. Cuando hacemos las cosas bien, esto tiene como resultado la capacidad de devolvernos mucho placer. Aristóteles, quizás sea sorprendente, entiende que cuando las cosas están bien hechas, son placenteras. De este modo, la vida de la acción, la vida feliz, será también una vida placentera.




Fuente: RTS Noticias