En la primera de las celebraciones, 1 de noviembre, recordamos a los santos, es decir a los que ya llegaron a la gloria del cielo. En la segunda, 2 de noviembre, a las almas del purgatorio.
Valeria Elías
RTS Medios
Estas conmemoraciones son importantes para los practicantes católicos, más que nada, en forma de agradecimiento a los santos y en forma de memoria y redención para los difuntos.
Para entender más y que sea propio de un análisis más profundo conversamos con el padre Alexis Louvet, sacerdote santafesino (nacido en 1976, ordenado en 2007) y profesor de letras UNL. Actualmente ejerce como canciller en la curia metropolitana, administrador de la parroquia Cristo Obrero, y docente en el seminario ‘Nuestra Señora’. Es autor de ensayos sobre literatura y cristianismo, quien nos introdujo y aclaró sobre estos días.
“En ambas estamos viviendo especialmente esa realidad que llamamos ‘comunión de los santos’: que no se refiere inmediatamente al acto de comulgar, sino a la comunión, la interrelación espiritual, que tenemos todos los bautizados. ¿Pero no era de los santos? Sí, pero en el sentido que usaban esa palabra los primeros cristianos (1Cor 1, 12; Rm 1, 5; 1Pe 1, 15-16). Cómo nos enseñaba Benedicto XVI: el cristiano, ‘ya es santo, pues el Bautismo le une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo tiene que llegar a ser santo, conformándose con Él cada vez más íntimamente’ (1/Nov/2007). Así pues, hoy nos hacemos conscientes de esa comunión entre nosotros (comunión que se da simplemente porque todos estamos unidos inmediatamente a Cristo) y de nuestra mutua intercesión: porque los que ya están el Cielo oran por nosotros y nosotros oramos a su vez por los que están en el Purgatorio. Es también una oportunidad especial para reflexionar sobre el alma, la inmortalidad, y la santidad” empezó explicando el padre.
Entonces, citó “el jesuita canadiense Bernard Lonergan, un gran filósofo y teólogo del siglo pasado, decía que la orientación de nuestro espíritu hacia lo absoluto es un signo de su inmaterialidad. La inteligencia busca no una verdad particular sino la Verdad en sí misma, la voluntad busca no un bien particular sino el Bien en sí mismo. Estas aspiraciones, afirma Lonegran, indican que estamos ‘ordenados’ hacia Dios, hechos para buscar en última instancia la unión con Él y esa será nuestra máxima felicidad (y la condición de toda felicidad). El dicho de San Agustín: ‘Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti…’ expresa la misma verdad”.
“Ciertamente somos cuerpos, -continuó su idea- inmersos en el mundo material que experimentamos por los sentidos. Somos nuestros cuerpos, pero también somos más que nuestros cuerpos. Sí, somos seres que tenemos sentidos, memoria, imaginación… todo lo que nos liga a este mundo a los seres particulares. Pero también está en nosotros esta capacidad de abstracción, de elevarnos hacia lo infinito y lo absoluto. Lo que significa que somos más que nuestros cuerpos, más que nuestros sentidos, más que nuestra memoria y que nuestra imaginación… Tenemos esta misteriosa capacidad espiritual que nos hace vivir con una intensidad mayor que cualquier otra criatura… tenemos eso que en la Iglesia llamamos el alma”.
Y aclaró “eso que llamamos alma es algo simple (no tiene partes que puedan descomponerse) y por lo tanto no puede ser destruida. Pero la inmortalidad de la que habla nuestra fe no es meramente la que enseñan los filósofos antiguos. Porque para nosotros nuestra alma hace algo más que “sobrevivir” a nuestro cuerpo. Para los cristianos el alma tras la muerte alcanza plenamente la Vida sobrenatural. Para nosotros ‘la Vida es Cristo’ (San Pablo), y si tratamos de vivir unidos a Él en este mundo, alcanzaremos una unión más plena con Él en el Cielo”.
Afinando el alma y los corazones
El padre Alexis, no escatima en citar y extenderse sobre estos temas, sus conocimientos y estudios.
Por eso, sigue diciendo “estos días estamos celebrando a todos los santos y les pedimos su intercesión. Y también a los fieles difuntos, y aquí somos nosotros los que intercedemos por ellos. Esto es lo que llamamos en el Credo: comunión de los santos. Es decir la comunión de todos los bautizados (“santos” en el sentido bíblico es todo el que ha sido “separado” por Dios para hacerlo portador de una misión: por eso todos los cristianos somos santos esencialmente por el bautismo, aunque debamos ejercerlo luego existencialmente en las obras). La Iglesia vive actualmente en estos tres niveles interconectados: la gloria, el purgatorio, el mundo (Iglesia triunfante, purgante, militante o peregrina). ¿Qué es la santidad? La divinización. Compartir la vida divina. Sólo Dios es Santo. Nosotros podemos serlo por participación, recibir esa santidad como un Don. La recibimos ya en el Bautismo, para conservarla y hacerle producir frutos. Los frutos de la santidad son las buenas obras meritorias. Que merecen la vida eterna. Pero esto es obra de Dios, a la que nos unimos mediante un acto de libre aceptación de su voluntad. Al coronar sus méritos, coronas Tu propia obra… (San Agustín: Comentario al Salmo 102,7)”.
“Seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es (1 Juan 3, 2). La visión de Dios nos conformará plenamente a su imagen y semejanza. Seremos semejantes… porque lo veremos… Así es la mirada del amor. El que se sabe amado mira amando al que lo ama y por eso se va haciendo semejante, sumó a lo antes dicho.
“Otro modo de hablar de la santidad es llamarla felicidad: la plenitud del ser humano es su felicidad. Alcanzar la plenitud del sentido de nuestra existencia, aquello para lo que fuimos creados, esa es nuestra felicidad. Eso es la santidad. Pero desde el punto de vista terreno la santidad-felicidad siempre será paradojal. Por eso tenemos hoy las Bienaventuranzas en el Evangelio. Bienaventurados, es decir: Felices… son aquellos que no parecen serlo: los que lloran, los pobres, los perseguidos… Son todos rasgos de Jesús mismo. La santidad consiste en reflejar con la vida aunque sea un poquito de ese Rostro. Irnos asemejando a Él por el amor… en la cruz, en esta vida, en la gloria en la eternidad. Cuando celebramos a la Iglesia triunfante, a la multitud de hermanos que nos esperan en el Cielo, les pedimos su auxilio y los tomamos como ejemplo” continuó el entrevistado.
Para ir concluyendo las ideas, el sacerdote, indicó “pero para este paso final debemos enfrentar la muerte. Aceptarla, como un don (nuestra cultura esconde la muerte o la disfraza de espectáculo). Una de las lecturas que se pueden hacer es Sabiduría 3,1-9: donde dice: ‘Las almas de los justos están en las manos de Dios y no los afectará ningún tormento… Pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad’. Tras la muerte no nos desvanecemos en la nada. Para los cristianos la muerte es un paso, un parto, una pascua… No en vano la palabra cementerio es católica. Significa: lugar de los que duermen. Y el que duerme sabemos que va a despertar. Es por lo tanto una palabra que indica la esperanza en la resurrección final”.
“Morir es un don, decía San Agustín (o un remedio, San Ambrosio) en nuestro estado actual, en nuestra condición caída. Una vida simplemente prolongada por años y siglos en este mundo lleno de miserias sería una auténtica tortura. Sin embargo hemos sido creados para la Vida. La Vida con mayúsculas es Cristo, y no nos será quitada, salvo que queramos… La vida presente es sólo el prólogo de la vida eterna” aclaró.
“Las almas del Purgatorio necesitan nuestras oraciones, ya no pueden orar por sí mismas. En el misterio de la comunión de los santos, es decir, en esta unidad orgánica entre todos los cristianos (los del cielo, los de la tierra y los del purgatorio), nuestras oraciones, sacrificios y buenas obras pueden ayudarles a su purgación, si las ofrecemos a Dios con esa intención. Jesús en el Evangelio nos dice: ‘Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré’ (Juan 6,37). Las almas de los justos están unidas a Cristo por toda la eternidad. Todos los que hoy estamos recordando a alguno de nuestros seres queridos difuntos podemos recibir consuelo y fortaleza en estas palabras. ‘Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré’. Pidámosle a Dios por las almas del purgatorio y para nosotros el don de una buena muerte” dijo finalizando la explicación de estos días que se conmemoran.
Fuente: RTS Noticias