A 110 años de su nacimiento, se recuerda la trayectoria del artista que redefinió el canto moderno y sostuvo seis décadas de influencia ininterrumpida.
Frank Sinatra logró algo que pocos músicos del siglo XX pudieron siquiera imaginar: atravesar generaciones completas sin perder vigencia. Surgido en los años dorados de las big bands, consolidado en la era del “sing era” y aún relevante cuando el rock ya dominaba el mercado, el cantante se convirtió en un intérprete capaz de resignificar el repertorio clásico estadounidense y fijarlo en la memoria colectiva.
Nacido el 12 de diciembre de 1915, hijo de un bombero de Nueva Jersey, Sinatra abandonó la secundaria para dedicarse a la música. Su carrera profesional tomó impulso en 1935, cuando participó con el grupo Hoboken Four en el programa radial Major Bowes’ Original Amateur Hour. Poco después se empleó como camarero y maestro de ceremonias mientras afinaba su estilo vocal. Su vida cambió en 1939, cuando el trompetista Harry James lo escuchó por la radio y lo contrató para su orquesta. Aquellas primeras grabaciones marcaron el inicio del ascenso.
A fines de 1939 llegó el salto mayor: el pase a la orquesta de Tommy Dorsey, una de las más prestigiosas de los Estados Unidos. Con él grabó 16 éxitos que ingresaron en el Top Ten, entre ellos I’ll Never Smile Again, más tarde incorporado al Salón de la Fama de los Grammy. Esa exposición lo transformó en un fenómeno popular. Cuando inició su carrera solista en 1942 —en medio de una huelga de músicos que lo obligó a grabar a capella—, su aparición en el Paramount Theatre de Nueva York desató escenas de histeria adolescente inéditas.
Durante los años cuarenta amplió su presencia en radio, cine y discos. Firmó con Columbia, protagonizó su propio programa, participó en comedias musicales y acumuló una seguidilla de canciones que lo ubicaron como la voz masculina de referencia en la industria. Pero hacia comienzos de los cincuenta su carrera entró en declive. Conflictos creativos con la discográfica y un contexto musical cambiante lo dejaron sin contrato.
El renacimiento llegó en 1953, cuando firmó con Capitol y encontró en el arreglador Nelson Riddle a un aliado artístico decisivo. De esa sociedad surgieron los célebres “álbumes concepto”, entre ellos Songs for Young Lovers, In the Wee Small Hours y Songs for Swingin’ Lovers!, que modernizaron los estándares de los grandes compositores de Broadway y Hollywood. Al mismo tiempo, su rol en From Here to Eternity le valió el Óscar a mejor actor de reparto y reactivó su trayectoria cinematográfica.
En los sesenta dio un paso empresarial clave con la creación de Reprise Records, sello que le otorgó libertad artística y desde el cual lanzó discos emblemáticos como Sinatra at the Sands, Strangers in the Night y September of My Years, ganador del Grammy a Álbum del Año. En esa etapa también instaló dos interpretaciones que serían sinónimo de su figura: Strangers in the Night y, sobre todo, My Way.
A partir de los setenta redujo su actividad en cine y grabaciones para concentrarse en los escenarios, especialmente en Las Vegas, donde consolidó la imagen del intérprete de traje impecable, copa en mano y dominio absoluto del público. Su última reaparición en estudio fue con los discos Duets (1993) y Duets II (1994), que reunieron a estrellas de distintas generaciones y se convirtieron en grandes éxitos de ventas.
Cuando se retiró definitivamente en 1995, Sinatra ya era una figura histórica: símbolo del canto moderno, guardián del cancionero estadounidense y una presencia constante en la cultura popular. Murió en 1998, pero su legado continúa resonando en cada nueva reedición, documental o aparición de sus clásicos en películas y series.
Su obra, que atravesó seis décadas y distintas eras de la música popular, mantiene intacta la premisa que lo guió desde sus comienzos: la convicción de que una buena canción merece ser interpretada con honestidad, swing y emoción perdurable. Sinatra convirtió esa idea en un estilo, y ese estilo en un capítulo esencial de la historia de la música.
Frank Sinatra en el Luna Park
El 9 de agosto de 1981 Buenos Aires vivió una noche histórica: Frank Sinatra se presentó por primera vez en el Luna Park y convirtió al viejo estadio en un acontecimiento cultural pocas veces visto. A los 65 años y en plena vigencia,» La Voz» abandonó por una noche el circuito exclusivo del Sheraton para encontrarse con un público masivo que había hecho un gran esfuerzo económico en medio de una fuerte devaluación.
El concierto, producido por Palito Ortega, abrió con Fly Me to the Moon e incluyó clásicos como I’ve Got You Under My Skin, Strangers in the Night y The Lady Is a Tramp, además de un cierre a toda ovación con New York, New York y My Way. El público, que llenó el Luna con un inusual aire de gala, celebró la presencia de un artista único.
Sinatra repetiría función al día siguiente antes de partir rumbo a Brasil. Su paso quedó grabado como un oasis de brillo en un país atravesado por la crisis y la dictadura, una noche en la que Buenos Aires se sintió, por un rato, capital del mundo.
Fuente: Noticias Argentinas