Cada 20 de julio se celebra el Día del Amigo, pero la amistad es una celebración constante de victorias y fracasos compartidos. Una historia de amistad, bien santafesina.

Valeria Elías
RTS Medios
Lo que aprendí sobre la amistad, el amor y mi gran pasión por escribir, lo aprendí con ellos. Amigos, que son amigos, que celebramos amistad aún en ausencia, que compartimos sin necesidad de invadirnos, admiramos y reconocemos, nos acompañamos. Pero ellos me enseñaron mucho de lo que sé.
Horacio “Lacho” Rossi fue un poeta santafesino que recorrió toda la provincia, el país y partes del mundo, pero en Santa Fe estaba su corazón. Oscar “Cacho” Agú es escritor santafesino, actualmente radicado en Santo Tomé, también conocedor de tierras. Ellos fundaron una amistad, que luego se hizo extensiva hacia otros y perduró en el tiempo.
Cacho Agú, como es conocido por todos, recuerda a su amigo, Horacio.
“A fines de 1977 pude editar, en forma conjunta con López González, mi primer libro. Oreste Abiatte, poeta y compañero de trabajo, consiguió un entrevista en LT9, por la noche, en el programa de Cacho Galé. Al ingresar, en el vestíbulo, nos encontramos con Gastón Gori y Horacio C. Rossi que salían de la entrevista con Galé, presentando uno de los libros del grupo Tupambaé, coordinado por Gastón. Oreste me los presentó. No recuerdo la fecha exacta pero el año 1978 ya estaba caminando. A partir de ese momento, comenzamos a tejer nuestra amistad. La segunda oportunidad, al poco tiempo, fue en el edificio del Rosa Galisteo en un encuentro de escritores donde intercambiamos poemas, vivencias”, contó Agú.
Treinta años de amistad, y muchos amigos más, fue el resultado final del encuentro fortuito.
Pero qué hacían estos personajes juntos, “aparte de plantar algunos árboles, recorrimos la provincia de punta a punta. Sembramos amistades y poesías. No sólo nuestras, sino de muchos colegas. Creo que la mayor acción fue validar lo que otros estaban haciendo en lugares apartados de los grandes centros urbanos. Estar con ellos y escucharlos. Nuestra primera experiencia fue un folleto que le dimos el nombre de La Red. Allí publicamos, en ocho números, junto con Teresa Guzzonato, a varios poetas santafesinos. Luego la fuerte experiencia de El Arca del Sur con Alejandro Álvarez y, casi en simultáneo, el grupo LuzAzuL, donde confluyeron la música, la danza y la poesía y, en ocasiones, otras expresiones del arte. En resumen: sembramos amistad a través de la poesía”.
Horacio nos dejó una fría mañana de mayo, posiblemente no era fría, pero lo fue. Entonces, cómo recordar a un amigo “en memoria viva. Creo que la muerte real, de cualquiera, está en el olvido. Se da, por supuesto, ese extrañamiento que produce la ausencia. Pero, en lo personal, no me ato a lo que fue, sino a lo que aprendí de un amigo, a su generosidad, a su despreocupación de los ‘laureles’ y a su profunda preocupación por el otro”, explica Cacho.
“Creo que cada persona puede enumerar un sinnúmero de cosas. En mi caso, la amistad que tuve con Horacio fue la de ‘hermano de la vida’. Alguien en quién confiar, con quien conversar y con quién estar en silencio sin perturbarse por ello. Una profunda sintonía que no se puede definir. Sólo se puede vivir”, concluye diciendo el escritor.

-para Cacho Agú, con un abrazo…
los amigos son una costumbre solar,
la segura semilla de la flor del silencio,
el más que mejor rito de la cotidianía,
la bendición perfecta por la que estamos vivos…
son la espuma del viento que celebra cantando
porque allí el transcurso del tiempo se florece
rindiendo su primicia de bienvenido abrazo
en riego imprescindible de certidumbre en mano…
los amigos son fieles aún cuando la ausencia
nos regala su turno de extrañamiento humano,
y aprendemos respeto paciente por los días
hasta que otra vez alguien nos convida a acercarnos…
se nos allega otro, con su nombre y su historia,
y pactamos de nuevo convivir un nosotros,
y seguimos creciendo nuestro común destino
dentro un inmenso límite de lluvia entre los árboles…
¡y qué bueno es juntar la lluvia y los amigos!:
la bruma buena cuya lleganza es descansancio,
como el mate aromando ante la compañía
de la absorta candela y las letras que besa la poesía…
los amigos nos dejan nombrados sin olvido:
los de siempre, los nuevos, los a llegar mañana,
en franca y encendida fiesta honda y sincera
que no une de puro milagro del misterio…
cuando el azul velero de la luz nos recoge
quedan siendo lo único que de verdad tuvimos.
HORACIO C. ROSSI –Publicado en la Antología “En Bandada” (2005)
CACHO AGU A HORACIO ROSSI
Acostumbro a escribir en cuadernos. Desde que me inicié en una escritura más o menos constante, hace ya unas décadas. Tal vez sea lo único ordenado de mi despelotada biblioteca. Y están fechados. Si señor. Fechados. Cada escrito tiene, al pie, la fecha de la hechura. Pero, me he acostumbrado, además, que cada vez que inicio un cuaderno nuevo, la primera página siempre sirve como apertura del cuaderno, donde hago apreciaciones sobre los intereses que me están abordando.
Convengamos que el único interés es escribir y escribir lo que me gustaría leer. Este fue un tema que abordábamos en la terraza con Horacio. La escritura debería ser algo que nos transmita alegría de hacerla y que nos haga sentir en el camino correcto. Sin altisonancias, sin posturas.
Decíamos lo difícil que es mantener una postura. Es el reino de la hipocresía. Es lo que no nos deja ser. Y no hablábamos de posturas ideológicas, sino de lo que se muestra como. Y luego caíamos en otros senderos de las divagaciones: dos es multitud. Ya uno lo es, agregábamos: yo y mis mundos. Todo tema para un soliloquio.
Entonces conversábamos sobre esas necesidades de aclararnos las ideas “conversando conmigo mismo”. Ser el otro de Borges. Espejarnos. A veces, reconocernos y, en otras, desconocernos. Sería bueno que todos, sin excepción, lo ejercitemos un poco. Claro, es muy de loco hablar solo en la calle, mientras se camina con un mar de gentes alrededor, pero qué bueno sería que lo hagamos.
Y hablábamos de las construcciones humanas. De todo tipo de construcción.
Y de la necesidad de la paciencia, de la espera, de ser como el junco ante las aguas furiosas que se dobla y no se quiebra. Y recordábamos a Antonio Machado. A Li Po. A tanto otros que, en la mar de la memoria, deben estar grabados. Y hablábamos de la hembridad de ciertas palabras, que fueron trastocadas para parecer macho.
Desde luego y en ocasiones, el silencio nadaba entre nosotros mientras el mate iba de mano. Simplemente, estábamos. Hasta que, de pronto, salía algún proyecto. Y así íbamos construyendo la parte de la red que nos tocaba y que habíamos elegido.
“La poesía es hacer habitable al mundo”, repetía. Lo repetía donde estuviere. Era como una muletilla. “Pero no todos somos poetas”, agregó alguien por allí. Y las necesarias aclaraciones, para que nadie se sienta excluido: hacer lo que uno hace y hacerlo bien. Así de simple. Así de profundo. Así de claro.
Pero, me desvié del tema. Yo inicie estas líneas diciendo que tenía un cierto orden en mis cuadernos. Fechados ellos. Claro que el último que inicié hace unos días lleva la fecha de 19 de mayo de 2008. Significativa en mis días. Ese día, por la mañana, despedimos a Horacio, sabedores que nos perderíamos sus abrazos, sus risotadas, sus poemas, sus lleganzas, su amistad. Ahora hablo en plural, porque mi amigo tiene la mar de amistades. Así era. Un abrazador de gentes. Tal vez, hoy, nos siga abrazando desde otros confines sospechados tras esa breve niebla que nos separa. Yo creo que sí. Ahora, con el necesario silencio. En eso estábamos. Habíamos tomado la ruta provincial 70, camino a Rafaela. Íbamos a la presentación de uno de los libros de Ángel Balzarino. Yo manejaba. El, acompañaba, mate en mano. Habíamos cruzado Humboldt, un pueblo a mitad camino entre Santa Fe y el fin del viaje. Hay un lugar que se llama La Curva. Antes, el arroyo Las Prusianas. El monte salvaje copiando la sinuosidad del arroyo.
El atardecer de una naranja excepcional. Nos paramos. Nos olvidamos de la presentación por un momento y nos quedamos mirando el espectáculo. Sin más palabras que la mirada. Como niños acunados en la vastedad, nos dejamos mimar para agradecer. Inti nos regalaba su magnificencia. El poco frío nos empujó, luego, a seguir viaje.
Entonces, decíamos, “perdamos el tiempo” en lo que importa. Aprendí, junto a él a desprenderme de lo innecesario. La primera vez fue cuando lo vi reacomodando su biblioteca. “Estoy haciendo lo de Borges: crítica literaria”. Y, literalmente, la vaciaba. Regalaba lo que ya no leería o no usaría. Se quedaba con lo necesario. Pocas cosas en el morral, palabra más, palabras menos, decía.
Si alguien se quedó con un libro que le presté es porque le gustó. Y en buena hora que así sea”. Y se sacaba la preocupación de la cabeza.
Entonces, Mozart. Y poníamos algo de Mozart para acompañar la estada en la terraza.
Y hablábamos de Tehilard, de la expulsión de la República de Platón, de Juan L., de Cortázar, de nuestro común maestro: Gastón Gori. O bien, de algún viaje a realizar, de algún proyecto a impulsar. Mansamente, mientras Mozart acompañaba. Y así, en ese trastocar los mundos con nuestras impertinentes opiniones, intercambiábamos libros.
Volviendo a lo que decía al comienzo. La escritura, en la primera hoja, como apertura de uno de mis cuadernos. Aquí va lo que pude hacer, el 19 de mayo de 2008, con las palabras. Mayo 2008
“Hace un largo tiempo que no iniciaba un cuaderno. La escritura, en ocasiones, se evapora y se hace nube. No llueve desde las manos.
Pero, como bien dice el dicho: “la procesión va por dentro”. Y uno no puede dejar de ver al mundo desde lo poético. Es una mirada donde verdad y belleza confluyen. Donde una sin la otra no pueden dejar de estar. Como hermanas siamesas.
Pero, ocurre, que en ocasiones no llueve desde las manos. No llueven palabras. Es el tiempo de la espera. Allí transcurro en las cotidianas, me aferro a ellas como naos que me cruzan de una orilla a otra en cada día.
Entonces, celebro el amanecer, una sonrisa, un mate, un silencio, los amigos, los afectos.
Y de pronto llueven palabras desde las manos. El cántaro de agua vuelve a reflejar el paso de la luna. Llueven palabras porque algo se movió. Algo cambió desde mí. Algo se hizo luz, algo se hizo sombra.
Y es extraño esto, porque hoy, con el dolor mordiéndome mis pasos, acompañé a mi hermano poeta a su morada de tierra. Horacio Rossi ha muerto. Y nos dejó haciendo labores sobre la barca. Ya vienen otros grumetes. La vida no se detiene. Augura momentos en cada instante.
Abrazo su partida.
Oscar “Cacho” Agú
Fuente: RTS Noticias